África empieza a desarrollar su economía con el impulso de los abundantes recursos naturales que posee. El increíble crecimiento de países donde millones de personas apenas poseen un dólar para pasar el día, provoca que se esté creando un nuevo tipo de ciudad. Luanda es la punta del iceberg de este fenómeno. Splus te presenta Un viaje por el interior de la capital de Angola, guiado por la arrasadora personalidad de quienes han nacido en la ciudad de lo excesivo.
Luanda no es una ciudad cualquiera. Desde que se pone el primer pie en su suelo, se siente que existe un caos atractivo. Un desorden que tiene su propio sentido y una realidad no fácilmente descifrable. El código para conocer qué ocurre a tu alrededor está inmerso entre las capas que conforman su tejido social. Pero la capital de Angola enseña y no muestra, insinúa pero no se deja abrazar desde el primer momento. Irregular, como su historia en los últimos 40 años, con enormes sobresaltos. Al angolano es difícil sorprenderlo o asombrarlo: ha vivido demasiado entre guerra, miseria y ahora una explosión económica. Si los países reflejan la cara de sus ciudadanos, Angola es la apariencia. No en vano, el país siempre estuvo erosionado, influenciado por fuerzas externas. Nunca se pudo mostrar como realmente era hasta hace poco más de 10 años cuando, por fin, pudo unir independencia y paz. Esa costumbre de pensar en qué se debe ser o hacer, en las consecuencias de una acción, sigue impregnada en la sociedad angolana que continúa autocensurando algunas de sus acciones. Ahora empieza a abrir puertas, mirar a los lados y ver que es posible dirigirse hacia otra oportunidad. El sosiego que lleva la ausencia de violencia va corriendo rápidamente por los entresijos del país africano, iluminándolo, y sus ciudadanos empiezan a mostrarse como son, percatándose de que por fin no hacen daño a nadie.
Son las 7 de la mañana y hay 28 grados de temperatura. El clima varía poco durante el año y el cambio del frío invernal de Madrid al bochorno de Angola desorienta al principio. Luanda es un país dentro de otro. Unos 5 millones de personas de los 19 que habitan el país viven en Luanda, y el corazón del motor económico, a excepción de algunas ciudades medias como Huambo o Benguela, tiene su morada aquí. La confusión de personas en la terminal deja paso a la salida del aeropuerto donde se atisba la primera visión de la ciudad. Un gran cartel que da la bienvenida al forastero, un conjunto irregular de edificios apilados, una confusión de coches y al fondo una línea de rascacielos en construcción, símbolo del desarrollo económico que se está produciendo en la ciudad y el país.
Porque Angola vive un crecimiento económico envidiable. Una inmensa cantidad de recursos naturales lo configuran como uno de los países con más potencial en el mundo. Comenzando por sus grandes reservas de petróleo –es el decimosexto país por cantidad– y acabando por gas, diamantes, agua o madera. Las grandes petrolíferas, establecidas en Angola desde la primera mitad del siglo XX, han visto cómo desde que acabara la Guerra Civil en 2002, miles de empresas han puesto sus ojos en las posibilidades del país. Luanda es un hervidero de negociaciones, reuniones y acuerdos. Una isla de movimiento económico dentro del panorama de paralización que existe a nivel global. Es algo que se puede sentir. El primer paseo por las poco asfaltadas calles y carreteras de Luanda deja boquiabierto. La grandísima cantidad de coches va avanzando sin seguir casi ninguna regla aparte de aquella universal del “primero que llegue”. La venta ambulante, donde se puede encontrar de todo, desde el periódico o agua a espejos y teléfonos móviles de alta generación, avanza en hilera entre las ventanillas de los coches. El bullicio, las obras, las personas recostadas en el suelo, la sonrisa de los niños, los barrios pobres junto a las zonas de lujo, los colores fuertes. Todo conforma un contraste excesivo apasionante. Contemplamos una ciudad donde no existe el término medio, donde la risa es una carcajada y la tristeza, miseria.
Luanda, al contrario de su escasa oferta cultural y monumental, alberga excelentes lugares para cenar, tomar una copa y conversar. El humor afinado y agradable de los angolanos es ideal para acompañar una reunión, acrecentado por la gran preparación cultural y universitaria de aquellas personas que tuvieron la posibilidad de estudiar. Suelen dominar varios idiomas –gran parte de la población entiende español–, y existe libertad absoluta para tratar cualquier tema de conversación. Todo ello le da al angolano un atractivo carisma. Entre charla y charla, se puede disfrutar de una excelente gastronomía: una fusión entre la cocina portuguesa y angolana, que tiene como base arroz, judías, patata, tomate, pollo, marisco y pescado, estos últimos de una calidad excepcional en los caladeros de su extensa costa. Es muy común el consumo y venta de langostas, cangrejos, gambas, cachuchos, peces-gallo o lenguados a pie de calle. También es recomendable experimentar las recetas autóctonas, comida que se consume con mayor frecuencia entre las familias de clase más baja. Son platos acompañados siempre de funge, una especie de puré de harina, fuba, maíz y bombó, cuyo sabor supera con creces su aspecto. El funge se come, por ejemplo, con calulu, un guiso de espinaca, pescado fresco y seco o también con feijão con óleo de palma, un potaje de judías con aceite de hoja de palma.
Como país tropical sus frutas son muy sabrosas, tales como maboke, mucua, cajú, pitangas o mangas. Una cocina excelente regada habitualmente con la cerveza nacional, Cuca, otro de los símbolos del país. Porque el alcohol, concebido como unión social gusta y mucho en Angola.
Todo conforma un contraste excesivo apasionante. Contemplamos una ciudad donde no existe el término medio, donde la risa es una carcajada y la tristeza, miseria
El momento de la cuenta es uno de los más temidos. Se puede observar el precio, analizarlo de nuevo, volver a hacer el cambio mental de Kwanzas a Dólares, pero la realidad está impresa en negro sobre blanco. Porque Luanda tiene otra desproporción, que afecta esta vez al bolsillo. Los precios son altísimos, desmesurados, carecen de sentido. Comer fuera, si se anda despistado observando la carta, puede llegar a los 100 dólares fácilmente. Por eso, mejor aferrarse a la conversación justo después de elegir el menú, no vaya a ser que la distracción pegue un bocado al bolsillo. Este nuevo contraste está tiene que ver con diferentes causas. La escasez de algunos alimentos nacionales, debido al parón de la ganadería y agricultura durante los más de 40 años de guerra, les obliga a la importación de productos, en su mayoría desde Brasil y Portugal. También tiene influencia el mal funcionamiento del puerto de entrada de Luanda, que permite que los barcos de mercancías estén esperando durante días y semanas hasta que la lenta y corruptible burocracia angolana tramite los permisos necesarios para la entrada de los productos.
Pero el carácter angolano disfruta de lo excesivo y exorbitante. Goza con el manejo de dinero, pero a la vez ofrece siempre lo más barato y sencillo, la sonrisa. Atardecer espectacular de Luanda, cielo limpio, personas que salen a la rúa a correr. Y siempre sonrisa. Dar una limosna a una de los decenas de miles mutilados por la guerra que se ven por la ciudad. Y ver la curva de la amabilidad esbozada en sus labios. Parece ser una manera más de aparentar y demostrar que todo lo malo quedó atrás. Que al fin pueden gritar a los cuatro vientos que ellos son angolanos en paz, que tienen la sartén por el mango –aunque su precio dé la sensación de que ese mango es de oro–, y que quieren y pueden hablar de tú a tú. El dinero corre rápido y vertiginoso en Luanda donde todo es posible, pero cambiar las cosas es muy difícil. Movimiento enseñando sosiego. Una nueva apariencia.
Tras haber recibido numerosos regates de Luanda y tras constatar que tenía la sensación de que sabía poco y mucho de la ciudad, me definí como un alegre engañado. Luanda tiene algo que engancha aunque no se puede concretar exactamente qué es. Una isla de desorientación enclavada dentro de paisajes majestuosos a su alrededor. Playas vírgenes, montañas, escenarios sorprendentes. Pero la sonrisa, la esperanza y la apariencia moran en Luanda. La ciudad de lo excesivo me había conquistado.